Una vez San Agustín expresó:“El mundo es un libro y aquellos que no viajan sólo leen una página”. Considero que no existen palabras más sensatas para describir lo que una persona experimenta a través de los viajes. Es por eso que en enero me aventuré a conocer un poco más del mundo y de nuestra hermosa América Latina. Emprendí mi viaje rumbo a Ecuador, donde me reencontraría con Majo, una amiga ecuatoriana a quien tuve la oportunidad de conocer a través de Rotary durante mi intercambio cultural.
Nota e imágenes: Victoria Estrada
Abrumada de sentimientos encontrados, emoción, ansiedad y altas expectativas, arribé un domingo por la noche, al Aeropuerto de Guayaquil, ciudad que me recibió con el más impresionante diluvio. ¡Vaya bienvenida! –pensé.
En Guayaquil me encontré con el hermano mellizo de mi amiga, Pablo, quien es piloto y actualmente trabaja en esa ciudad. A pesar de que no nos conocíamos personalmente, no tardamos mucho en tomar confianza y entablar el comienzo de una linda amistad.
Lo primero que me llamó la atención, además del diluvio, fueron las casas, ya que la mayoría de ellas forman parte de conjuntos residenciales, asemejándose a lo que son los barrios privados en nuestro país.
Mi estadía en Guayaquil era cuestión de horas: mi vuelo de conexión a Quito era a las 4 de la mañana, de forma que tenía que aprovechar al máximo cada momento.
Unos amigos de Pablo llegaron a su departamento y luego decidimos ir en busca de algo para comer. Maniobrando por las calles inundadas, y con todos los negocios cerrados, no nos quedó otra opción que parar junto a un carrito que vendía comida rápida, su especialidad y único rubro: los “matosos”. Un matoso es una especie de taco en el cual dentro de la tortilla se incluye carne, tocino, frijoles y una gran variedad de salsas y otros ingredientes que no he podido identificar. Quizás era el hambre o la emoción que apremiaba mi primera comida ecuatoriana, pero la cena me pareció exquisita, aunque debo reconocer que la mezcla de ingredientes acabó por ser medio pesada…
Victoria y Majo en la Basílica del Voto Nacional |
Tras una noche de risas y desvelo, tomé mi próximo vuelo con destino a Quito. Majo me recibió con el mejor de los abrazos, y Quito con rutas hermosas y paisajes verdes que quedaron grabados en mi memoria.
El primer día en Quito nos dirigimos hacia el Centro Cultural Histórico, y visitamos la Basílica del Voto Nacional, considerado el templo neogótico más grande de América. La Basílica ofrece una estructura impactante, y subiendo a la cúpula se puede disfrutar de una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad.
Día tres en Quito
Hoy madrugamos para emprender el camino hasta el Parque Nacional Cotopaxi, un área protegida de Ecuador donde se encuentra el volcán Cotopaxi, uno de los volcanes activos más altos del mundo (5.897 metros).
Una vez allí, el visitante tiene la posibilidad de subir un tramo en auto y dejarlo en un estacionamiento. Luego sigue una dura caminata hacia “el refugio”, el cual se encontraba en refacción al momento de nuestra llegada.
Con el corazón en la boca, y los ojos impactados ante tanta belleza natural, nos propusimos llegar a la nieve. ¡Y lo hicimos!, alcanzando una altura de 4.900 metros.
Día 4: ¡Bienvenidos a la playa!
En esta ocasión cambiamos de región y nos dirigimos hacia las hermosas playas ecuatorianas. Recorriendo la “Ruta del Sol” durante siete días, conocimos una gran variedad de balnearios. El grupo viajero estaba integrado por mi amiga Majo, su novio Juanca, y sus primos Marco y María Fernanda.
La primera playa que visitamos fue la popular Montañita, la cual es muy concurrida y goza de una vida nocturna agitada. Para ir de “farra”, la mejor sin dudas. Después de dos intensos días en esta parada, decidimos seguir hasta el Parque Nacional Machalilla.
Día 6:
En primer lugar visitamos la comuna de Agua Blanca, en donde conocimos el museo del lugar, para luego aventurarnos a la experiencia de la “laguna de agua sulfurosa”.Esta laguna de azufre cuenta con aguas medicinales, que particularmente favorecen a aquellas personas de la tercera edad que sufren problemas relacionados con la artritis y el reumatismo. Sin embargo, visitarla es una actividad que ofrece tranquilidad y relax para personas de cualquier edad.
El ritual de lanzarse hacia las aguas sulfurosas es aún más interesante y divertido cuando la gente del lugar les brinda a los visitantes lodo medicinal para aplicarse en todo el cuerpo. En nuestro caso, nos enlodamos los unos a los otros, tomamos una gran cantidad de fotos y luego disfrutamos de la experiencia relajante en la laguna.
En los días siguientes continuamos nuestro recorrido visitando las playas de Los Frailes, Canoa y Cojimíes.
La playa de Los Frailes fue en lo personal una de mis preferidas. Allí se respira un aire de tranquilidad único, y se pueden hacer lindas caminatas con paisajes realmente maravillosos. Tal es el caso de la caminata hacia el mirador, el cual brinda una vista impactante y hermosa de la playa, con su agua casi cristalina.
Los Frailes, desde el mirador |
Canoa es también una playa muy tranquila, ubicada en un pueblo pequeño, con poco ruido (ninguna playa supera la intensidad de Montañita), y aguas templadas.
Nos despedimos de los días de sol y playa en Cojimíes, una playa aún más tranquila que la anterior, alejada del pueblo y de todo ruido-
Nos hospedamos en el cañaveral, una acogedora casa con varias habitaciones ubicada frente al mar, y rodeada de palmeras. Este era sin dudas un lugar paradisíaco en el cual hasta tuvimos la hermosa sensación de que aquel lugar nos pertenecía, puesto que no vimos ni una persona pasearse por allí mientras pasábamos horas en el mar, disfrutando del sol y de los atardeceres naranjas…