15 libros de poesía y 7 novelas editadas; otra pronta a salir a las calles. 2417 libros de poesía vendidos en 33 meses. 614 novelas vendidas en 7 meses. ¿No es poco, verdad? Para el autor todo se trata de robarle tiempo a otras cosas, vivir vidas ajenas y amar la literatura.
Por Bárbara Dibene
León Peredo es poeta, novelista y docente. También es un trotamundos, o más bien un trotaplazas, porque todos los fines de semana –desde el 2012- se acerca a una diferente para ofrecer sus obras. Parejas, padres, rondas de amigos, todos escuchan la brevísima historia en la que cuenta que es escritor, que esa es su forma de vender y que espera disfruten lo que se lleven a casa. Después deja un par de libros sobre el pasto e invita a que hojeen tranquilos.
Algunos se convencen y compran, curiosos por las tramas y las ilustraciones de Sergio Santini, que despiertan la imaginación. Otros “pasan” porque “no le gusta leer” o no tienen tiempo. Ante eso, León asegura sonriente que la lectura te distiende y a la vez te despierta, siempre hay lugar para un buen libro.
“El contacto directo con el potencial lector es extraordinario. Hay intervenciones de todo tipo. Pero es abrumadora la diferencia entre lo positivo y lo negativo: gana lo bueno, de lejos. La gente te dice en la cara “che, esto está muy bueno, ¿lo escribís vos?” o “no, gracias; yo no leo ni el diario” o “no, gracias, no me interesa” o “no tengo plata encima, pero ¿querés un mate?” o lo que salga en el momento”, cuenta León, quien ya desde el 2001 publicaba en revistas y libros caseros y artesanales, que eran vendidos o regalados en ferias de libros independientes o en los mostradores de los negocios de un barrio.
A veces las devoluciones de los lectores tardan en llegar semanas e incluso meses, y eso es algo que lo entusiasma: “Las devoluciones te hacen crecer y mucho, si uno tiene la suficiente humildad para recibir críticas sabiendo que esa persona te ha leído y se ha tomado el trabajo de escribirte, te hace muy bien. De hecho reescribí uno de los capítulos de mi primera novela gracias a un lector que me escribió casi indignado haciéndome ver que si hubiera sucedido tal cosa en lugar de otra, la historia hubiese resultado más atractiva. Leí el capítulo que me marcó y le di la razón y modifiqué el libro”.
Amor por la vida y la literatura
“Acerca del tiempo que encuentro para escribir, lo robo”, comenta León, que logra hacer convivir la amistad, la vida familiar, la docencia y la literatura. “Muchas veces podemos creer que por escribir nos perdemos cosas: abrazos, paisajes, salidas, risas, compañías. Yo creo todo lo contrario, que el que escribe atesora todos y cada uno de los espacios y tiempos terrestres que le toca vivir y disfrutar”.
Para él, el escritor es un sujeto que “vive su vida y vidas ajenas”, está atento a personalidades, voces, profesiones, formas de soñar y vivir de otros que puedan alimentar el mundo que se dispone a crear. Esto también le lleva tiempo, por lo cual debe “estar convencido de lo que lo hace, amar lo que hace, sentir una pasión irredimible por lo que hace” para sentarse frente al teclado a crear mundos.
Por ejemplo, el mundo apocalíptico de “Los Hijos de Darwin”, novela en la que León sitúa al personaje principal, un escritor separado con una pequeña hija y una novia, en La Plata. La calma de la ciudad se ve en conflicto cuando una enfermedad transforma a la gente y la hace menos humana de lo que debería ser. Los guiños a los platenses y el misterio que se genera son imperdibles.
“Me gusta trabajar con la geografía que me es familiar, que me circunda, que me es significativa porque está cargada de memorias, de voces, de miradas (…) La ciudad de La Plata aparece bastante en mis obritas, sobre todo en la narrativa, en mis novelas. La poesía está más contagiada de escenarios de City Bell, creo yo”.
Finalmente, León reflexiona: “Escribir es robar y atesorar vida. El desafío es escribir como si tuviéramos que derribar un leviatán con los puños y en su hábitat. Y con una sola mano”.