Con 74 años y alejada de los botines, agarra una pelota y no la suelta. Su paso por la Selección Argentina, su lugar en el Mundial de México de 1971 y la jugada con la que defendió la camiseta ante Inglaterra, en el glorioso 4 a 1.
Por Álvaro Vildoza
Virginia camina la cuadra que separa su casa de la canchita del barrio haciendo rebotar la pelota contra el suelo. En el campo de juego, la tierra que se levanta forma una cortina de luz. Atardece y el sol ya empieza a ocultarse tras los cerros riojanos. Unos nenes juegan a la pelota. A Virginia la saludan los más grandes, los que saben quién es ella, los que conocen la hazaña de esa jugadora que representó a la Argentina ante más de cien mil personas. Los más chicos, en cambio, se sorprenden cuando ella muestra con orgullo un póster con algunas fotos del mundial de México de 1971, al que a ella y a sus compañeras les costó tanto llegar y del que volvieron haciendo historia.
Pero su relación con la pelota empieza mucho antes.
Nacida en Chilecito, la segunda ciudad más importante de la provincia, Virginia se trasladó pronto con su madre y su hermana a la capital. A las niñas las crió su tía, porque su madre sufría de asma y pasaba mucho tiempo en el hospital. Su infancia fue, en sus palabras, de mucha humildad: “no había juguetito, no había muñequita, mi madre no los podía comprar. Así, a los seis años empecé a jugar al fútbol. A los diez ya era tremenda. Una con los varones adquiere mucha experiencia futbolísticamente, en cualquier deporte. Eso fue para mí una experiencia impresionante porque siempre he jugado con ellos, con los chicos de mi barrio”.
A los 14, con la necesidad de ayudar a su familia, llegó a Buenos Aires a “ganarse la vida”. Aquí se quedó hasta que en 1965 volvió a La Rioja y por un año y medio jugó un campeonato de fútbol femenino con la camiseta del IKA Sport Club, un equipo a cargo del dueño de una concesionaria de autos. Allí jugó con otra mundialista, María Blanca “Pelusa” Cáceres. “Era tremendo para nuestro equipo y para las demás, para el público. Se llenaban las canchas para vernos jugar y perder, y no perdíamos nunca. Eran cuadrangulares, como se hacía antes. Duró un año y medio el campeonato. Nos retiramos. No había caso, no nos podían ganar”.
La base de la Selección
En Buenos Aires otra vez, Virginia vio por televisión un anuncio que llamaba a las chicas que quisieran jugar al fútbol a ir a una dirección. Ella fue directamente al campo de juego. Eran unas cien chicas jugando al costado de la cancha y Virginia pidió permiso para jugar a un profesor. Él le respondió que tenía que pagar. “Era todo un comercio. Tenían que pagar para que les enseñen. Le contesté que no iba a pagar porque yo sabía jugar. El profesor no me llevó el apunte. Seguí jugando con las otras niñas, al costado. Yo escuchaba a las chicas que decían ‘mire profesor, esta piba, cómo juega, recíbala’. Y el profesor, nada. Cuando terminó la práctica me habló, me dijo que las prácticas eran los martes y jueves”.
Los entrenadores armaban distintos equipos, según la destreza de sus jugadoras. Virginia rápidamente quedó entre las mejores. Jugó en varias canchas de Buenos Aires. En una práctica llegaron otras chicas. Todos sabían que las que llegaban jugaban en el mejor club, el Universitario. Y de todas, se destacaba una: Betty García, la futuro gran número 9 de la Selección. Sin imaginarlo, empezaban a conformar la delegación mundialista. “Me llevaron al Universitario, a mí, a Pelusita Cáceres y a Virginia Cattaneo. Tres sacaron del Real Italiano. Creo que esa fue la base de la selección”, recuerda Virginia.
7400 kilómetros hasta el Estadio Azteca
Virginia todavía no sabe bien cómo fue que las invitaron a participar del mundial. Pero se acuerda de cuando las mexicanas llegaron a hacer una preparatoria. Las dos selecciones se enfrentaron en la cancha de Nueva Chicago. La victoria fue local. “El primer gol lo hizo Virginia Andrada, la que está hablando. Le ganamos y se fueron. Después fuimos nosotras”.
La memoria de la antesala mundialista es, para Virginia, pensar en todo lo que les faltó. No tenían camiseta, botines… o entrenador. En sus bolsos, sólo había un equipo de buzo donado por la Unión Tranviarios Automotor. El plantel viajó dividido en tres. “Sólo llevábamos la ilusión, la garra argentina, y el pensamiento de todas nosotras, de 14 jugadoras. Era jugar por nuestro país”, se sincera Virginia. El comité organizador les dio todo, hotel, traslados, comida y hasta los botines de cuero reglamentarios (hasta entonces sólo habían jugado con “Sacachispas” o las zapatillas “Flecha”, así que debieron adaptarse).
En mitad del viaje, Virginia cumplió 26 años y lo festejaron con serenatas y mariachis.
El primer partido fue contra las locales. El estadio vibraba. A cada futbolista le dieron una rosa para que se la entregara al público. Virginia cuenta que no pudo evitar salirse del protocolo: “Vi las tribunas, vi una señora parecida a mi mamá y salí corriendo a entregarle la flor a esa señora”. Hacía tiempo que no volvía a La Rioja a visitarla y así sintió que alguien, entre las 110 mil personas que hacían explotar el Azteca, estaba ahí por ella.
El público cantaba por México. Aturdía. El partido fue duro, sobre todo por el arbitraje. Virginia dice, memoriosa: “Desgraciadamente para nosotros, México tenía que ir a la final, cueste lo que cueste. Nos hicieron trampa. Como argentinas, un poco reconociendo la forma pobre en la que llegamos a ese mundial, nos la bancamos”. Las crónicas sobre el partido cuentan que a la Argentina le anularon un gol, convertido tras un rebote de la arquera en un penal, porque el árbitro consideró que la jugada estaba terminada después de la atajada (1). El resultado fue 3 a 1 a favor de las locales, y una lesión albiceleste que obligaría a Virginia a tomar su lugar en la defensa.
Para el segundo partido, el 21 de agosto contra Inglaterra, un argentino en el DF, Norberto Rozas, se ofreció a dirigirlas. El rival traía una fama de grandeza que se fundaba también en el tamaño de sus jugadoras. Virginia las recuerda rapidísimas, de muy buen juego. Ella, la que siempre había jugado arriba, en este partido tendría que defender. Al principio no estaba cómoda, le pedía a Rozas que la cambiara, pero no obtenía respuesta. Con el paso de los minutos, se asentó y comenzó a vivir el fervor del público mexicano, que sólo las alentaba a ellas: “Nos sentíamos locales. Fue muy emocionante”.
Cuando Virginia habla del partido contra Inglaterra se le iluminan los ojos. Revive las jugadas con el cuerpo completo, corre y levanta la cabeza buscando el destino de un pase imaginario como si no hubieran pasado 48 años. Así, su jugada más relatada cobra actualidad: “Estábamos perdiendo 1 a 0. Viene un contragolpe de las inglesas, me cruzo de la parte derecha a la izquierda, para frenar la velocidad de la inglesa. Me sale una espectacular tijera. Si ellas hacían ese gol cambiaba la historia del partido, se agrandaban ellas y nos desinflábamos nosotras”.
Virginia dice que la victoria tuvo como ingredientes la juventud, la destreza, la habilidad, las ganas de traer un triunfo a la Argentina. Pero no se olvida de agradecer también a Dios “que nos ayudó a frenar el buen juego y la velocidad de las inglesas. Estoy agradecida también a Elba Selva que le hizo los 4 goles y a mi compañera Betty García, maravillosa jugadora, que le daba los pases. Así, ganamos 4 a 1”.
Futbolista, pionera y DT
El mundial continuó y el partido contra Italia las encontró sin fuerzas. Más tarde, las danesas también las derrotaron camino a su título de campeonas. Pero la hazaña estaba hecha. El equipo, las pioneras del fútbol femenino argentino había hecho su parte.
Con los años, Virginia volvió a La Rioja y siguió con su vida deportiva a pleno. Jugó tenis, básquet y hockey sobre césped. En 1988, dirigió un equipo de fútbol femenino, “Las Mechitas”. “Las dirigí durante el campeonato, que duró seis meses porque eran 18 equipos femeninos. Las llamé y formé el equipo. Tenía a las mejores jugadoras. Se llenaban las canchas para vernos perder y no había caso”. Virginia tenía 43 años. Los dos últimos partidos no los vivió como entrenadora sino que fue su despedida. Entró a jugar, sacó a su equipo campeón y se retiró para siempre.
Su vida de jubilada siguió tranquila, lejos del reconocimiento merecido que hoy tienen, hasta que Lucila Sandoval, ex arquera durante más de dos décadas, jugadora en Boca, San Lorenzo, Independiente y Ferro, decidió ponerse a investigar la historia del fútbol femenino nacional. Así, se propuso saber quién era quién en una postal de México 71 que colgaba de una pared en la Asociación de Fútbol Femenino. A Virginia llegó, cuenta la pionera, por una fotografía que envió a la dirección de deportes de La Rioja, con el objetivo de contactarla. De esta manera, en 2018, las siete pioneras –las demás ya fallecieron- se reencontraron y comenzaron a recibir los homenajes que les debían.
En 2018, el Congreso declaró el 21 de agosto, fecha en la que se desarrolló el partido contra Inglaterra, como el día del Fútbol Femenino y varias de ellas recorrieron instituciones para promocionar la igualdad en el deporte.
En su facebook personal, Virginia recibe decenas de saludos, felicitaciones, palabras de cariño. Casi siempre en español…o en inglés. Cuando se realizó esta entrevista, un mensaje aguardaba en su casilla para ser traducido. Lo firmaba Carol Wilson, la capitana del equipo inglés, que la saludaba con alegría por haberla encontrado en las redes sociales. Al conocer lo que la inglesa le decía, Virginia comenzó a buscar algo en su nutrido archivo. “Acá, mándele esta”, le dijo a Transeúntes. La foto muestra a una joven y sonriente Wilson, con el pie enyesado, atravesando una fila de oponentes que aplaudía. Carol agradeció en inglés la foto y le contó a Virginia que la había perdido en una mudanza.
Virginia reflexiona sobre el presente del fútbol femenino, sorprendida: “Ahora, en todos lados hay escuelas de fútbol, nenas de 6 años jugando. Les pido a las niñitas que se animen, que vayan, el fúbol es hermoso y muy sano”. Ella sabe que mucho tiene que ver su trabajo y el de sus compañeras, hace casi medio siglo, con el surgimiento y la popularidad del fútbol femenino actual, aunque haya debido soportar las amarguras de la exclusión y las cicatrices de la discriminación, los insultos y la mirada malintencionada de mucha gente. Hoy, Virginia, mundialista, se sabe una referente, y al hablar de fútbol, la mirada se le enciende y su cuerpo vuelve a tener apenas 26 años.