“Yo sabía que iba a llegar el momento que esperé toda mi vida de estar frente al King’s College, esa gigantografía que me sabía de memoria pero deseaba tanto ver”. Estas fueron las primeras palabras de Mariana Minervini, ya en la ciudad de las diagonales, unas semanas después de haber vivido una experiencia que jamás olvidará.
Por Lucía Errecart
Fotos: cortesía de la entrevistada
Era una tarde de sábado y un encuentro casi cotidiano en el living de su casa, que entre fotos y anécdotas, se transformó en el recorrido de un viaje imaginado desde los once años; esta vez delimitado por los detalles que Mariana recordaba perfectamente.
“Un día toqué la puerta de la habitación de mis papás y les dije que quería ir a Londres, por lo menos tres meses. El Instituto en el que estudiaba inglés era moneda corriente hacer intercambios al exterior y mis amigos ya estaban organizando el viaje. Claro, eso nunca me fue permitido, dado que en ese momento iba a la escuela y que era una pichona de la vida”.
El sueño se cumplió después de casi dieciséis años de que esa niña pequeña les expresara a sus padres los grandes deseos que tenía de realizar el viaje. Y el día que Mariana se recibió fue el momento oportuno para anunciarle el tremendo regalo.
“Realmente iba a conocer Cambridge, aquella ciudad que siempre vi en la gigantografía del Instituto cuando subía la escalera para ir al aula.
Todo comenzó entre lágrimas y abrazos el 18 de abril del año pasado. Entre los destinos a elegir, Londres junto con Cambridge eran los principales y, obviamente, contaba con la mejor compañera de viaje que me podía imaginar: mi hermana”.
Cuando recordaba, Mariana se mostraba alegre y satisfecha. Después de varios meses de planes, averiguaciones y reservas, en el aeropuerto argentino, la familia y los novios despidieron a las hermanas que partieron rumbo a ese destino tan planificado.
“Dieciséis horas en el avión y, al fin, llegábamos al aeropuerto de Gatwick en Londres. ¡Todo era distinto, ya estábamos ahí! Algunos kilómetros en tren nos distanciaban de Londres. El frío era desconocido, nos helaba todo. Claro que como economista que soy estaba todo bastante previsto, pero la emoción de estar ahí nos distrajo y nos tomamos un subte que nos llevaba exactamente al otro lado”.
“Mi sueño se había cumplido y con él, el de mi hermana. Los días se nos pasaban muy rápido; entre buses rojos y cabinas telefónicas llegó el momento de ir a Cambridge. Estaba muy nerviosa y me desperté con una sensación de ir a un lugar conocido solamente en mi cabeza.
¡Es impresionante! Es como una ciudad pensada para el conocimiento. Visitamos cada Colegio de la Universidad y mientras mi hermana sacaba fotos y más fotos de aquella arquitectura romántica medieval, yo largué el llanto al verlo en vivo y con mis propios ojos. Era tal cual y mejor que lo imaginado; en ese momento agradecí a mis viejos de poder estar ahí”.
Hasta aquí había sido solo una parte del viaje, y se podría decir que era la mejor de las experiencias, pero el recorrido siguió y otras grandes capitales de Europa las esperaron. Para cada lugar había una foto y de allí se desprendía una nueva historia o alguna anécdota graciosa que contaba con entusiasmo.
“A París llegamos como topos en un tren que viajaba por abajo del mar. El paisaje era muy distinto al de Londres y había una tremenda mezcla de idiomas que nos mareaba. ¡París es glamour! Caminar es increíble, sentís perfumes y sabores en todos lados. Obviamente, la cámara no paraba de disparar y más, cuando llegamos a Monmartre, donde estaban los pintores de boina y bigote enrulado, como los de los dibujitos”.
El siguiente destino fue Ámsterdam, un sábado en la capital del exceso. Continuaron por Roma, el lugar más antiguo de todo el viaje, sin pasar por alto el imperio romano en toda su extensión dentro de la ciudad.
“Es increíble leer la historia e ir paseando y mirando columnas romanas, el Panteón, los foros romanos y el Coliseo. Una experiencia histórica y movilizadora. Pero así también se modificó nuestro peso por la cantidad de pizza y pasta que comimos. Los romanos son más amenos, no tan fríos como los de ciudades restantes, nos sentimos más cómodas y relajadas por el idioma”.
Continuaron su viaje por Barcelona, una ciudad con una mezcla de diseño, arquitectura e innovación. El mar Mediterráneo, la Barceloneta, la rambla (inspiración de Manu Chao, la rumba de Barcelona) y la comida.
Es un lugar pensado para sentirse bien. ¡Cerveza y festival de patatas por donde se quiera! Visitamos el Park Güell lo que fue realmente maravilloso porque la arquitectura de Gaudí traspasa la imaginación y uno se siente en un cuento, con casas redondeadas y coloridas.
El final del recorrido tuvo como protagonista a Madrid, un lugar amigable por el idioma y, principalmente, porque allí viven los tíos de Mariana, quienes las esperaron con torta y mates. Allí los afectos se hicieron presentes, permitiéndoles compartir un momento con aquellos que hacía tiempo no se veían.
Ahora sí, llegaba el momento de volver.
“¡Que nervios! Se abrieron las puertas y allá estaban los viejos esperándonos. Te das cuenta que pasar veinte días afuera, sin mate y sin los que uno quiere, es una experiencia bastante fuerte, que te hace reflexionar. Considero que fue el momento ideal para hacer este viaje. No sé si lo hubiera disfrutado de la misma manera a los 11 años. Valió la pena esperar.”