Haciéndole frente a la ola de calor más larga en la historia del país, cientos de platenses trabajaron hasta el último día de diciembre en la construcción de los tradicionales momos, enormes muñecos de madera, engrudo y papel, que durante la noche del nuevo año se hacen cenizas para celebrar lo que viene. Transeúntes comparte con ustedes un poco de los festejos, luego de pasar la tarde y la noche del 31 con los vecinos del “minion tropical”.
Por Bárbara Dibene
Fotos gentileza de Carolina Mostaccio
Cuando en 1956, Luis Tortora armó el muñeco de un jugador de fútbol en honor al triunfo de Cambaceres en la Liga Amateur, seguramente no imaginó que su ocurrencia se convertiría en toda una tradición. Sólo el tiempo y el entusiasmo contagioso lograron que poco a poco los muñecos se multiplicaran y perfeccionasen. La dictadura fue lo único que los apagó, pero a fines de los ochenta renacieron con fuerza y hoy son la marca registrada de una ciudad que los adoptó y los hace hablar.
“Ponele todo, dale, que haga ruido”, indica Carolina, la joven organizadora del momo N°142. El frente de su casa es, desde hace varios días, un taller al aire libre y hoy no es la excepción, su familia está armando bollos de papel de diario y prepara cuidadosamente los cohetes. Ella ya los contó, son 160. Los nombres de los petardos le causan gracia: “tumba ranchos bien villero” y “mata suegras” son los más populares y los más económicos. Este año una torta de 16 fuegos ronda los 150 pesos y las colectas no dan abasto.
En la mayoría de los barrios, los más chicos son los encargados de pedir monedas. Con tenacidad copan las esquinas y se quedan por horas esperando y deteniendo a los autos. Pero en este caso el rol lo tiene Camila, que con sus catorce años y una latita en las manos repite arrastrando las palabras “una colaboraciooooón”. Por política propia, la familia no puso sogas ni cortó la calle, simplemente dejan que la gente se acerca voluntariamente y tienen suerte porque muchos lo hacen.
Viviana, la madre de Carolina, está sentada en una reposera en la vereda y celebra la recaudación de su sobrina. “Mira cómo encara Cami. Algo hay que darle, aunque sea un helado se tiene que comprar, un cuartito acá en la esquina”. Luego recuerda cuando empezaron con la tradición, hace muchos años ya, con la idea de tener entretenidos a sus hijos y sobrinos durante las vacaciones, y como se fueron sumando otras gratificaciones, “la primera vez hicimos un Piñón Fijo y nos morimos de alegría porque la cuadra estaba llena, se había movilizado todo el barrio. Lo más lindo es la cara de los nenes cuando hacés una figura infantil, se ilusionan mucho”.
Los muñecos adoptan formas diferentes todos los años, algunos personajes se mantienen y otros se viralizan por las películas de moda, como los Minions, de “Mi villano favorito”, que se repiten en varias esquinas. Esta vez fueron 191 los inscriptos, cuyos responsables tuvieron que pasar por charlas informativas y obligatorias, en las que les explicaron cómo y con qué rellenar sus muñecos y a cuánta distancia de él ubicar las sogas de seguridad.
Cada muñeco lleva muchísimo trabajo. Carolina fue, en este caso, la encargada de elegir el personaje, dibujar el diseño y tomar las medidas para que las dimensiones sean las correctas. “Teníamos todo controlado, el tema de la cartapesta y la pintura re bien, lo que nos faltaba era alguien que nos ayude con la estructura, costó conseguir que nos ayudaran los hombres”, se burla mientras saluda a la gente del barrio. Son casi las siete de la tarde y muchos se acercan a preguntar a qué hora lo queman. Como todas las veces anteriores será temprano, a la una y media.
Después de casi un mes de preparación, todo está listo y el clima da tregua. De los 38 grados de sensación térmica, ahora se disfrutan unos 33 y de un leve viento que alivia. Viviana se levanta y avisa que se va a bañar y empezar a preparar todo, nos saluda y felicita al grupo, “somos meritorios por hacer el esfuerzo con la temperatura de estos días. Salíamos de la pileta, hacíamos un poco y volvíamos al agua. Estamos contentos por cómo quedó”.
La quema
A la una, la esquina de 140 y 49 está llena de familias esperando por el “Minion Tropical”, iluminado por varios reflectores blancos. Un grupo de chicos de unos diez años llega en bicicletas, mientras otros, más pequeños, van de la mano de sus padres y se sientan en el cordón de la vereda. Desde la casa de Carolina y Viviana el cuarteto se escucha a todo volumen.A los pocos minutos, todos empiezan a aplaudir. Los horarios se respetan casi religiosamente para que el que quiera pueda correr al resto de los muñecos, que arderán en diferentes tiempos y barrios.
El papá de Carolina, un hombre alto y forzudo, hace un poco de ruido con petardos antes de prenderle fuego al muñeco desde el sombrero lleno de frutas. La explosión y el calor hace retroceder a los valientes que forman la primera fila.Desde más atrás, niños a caballito aplauden y se ríen. El fuego dura varios minutos y muchos filman y sacan fotos. Los chicos de las bicicletas se van a otro muñeco, pero otros tantos se quedan hasta el final. La música sigue y la fiesta también, la noche es larga.
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