Por Daiana Gimenez
—La próxima vez que vengan va a estar más lindo —dice Javier. Tiene 21 años, el pelo ondulado, una barba incipiente, y un brillo en la mirada. Lleva una remera del Indio Solari; lo va a ver cada vez que puede, como a su otra pasión: Almirante Brown. Tiene un pantalón corto negro que dice CJS, la forma en que suele identificarse a Callejeros.
Javier es de La Matanza. Todos los días se toma el bondi a metros del santuario de Cromañon, así que pasa. Le da lástima como está. Ya no va nadie, dice. Nadie lo cuida. Así que se llevó una pala y un machete para limpiarlo. Para sacarle la maleza.
Tenía 12 años cuando ocurrió la tragedia de Cromañón. Él no fue. No estuvo en ese recital porque días atrás ya había ido a verlos. Desde los 10 años seguía a Callejeros; por lo general iba con Lucas, su mejor amigo. Vivían juntos. A los recitales, a todos lados juntos. Cuando habla de él sus ojos marrones se iluminan más.
Hoy Javier tiene tatuada en su pierna derecha la palabra Callejeros junto con las zapatillas colgando, en amarillo y negro, y el nombre de su amigo abajo.
El 15 por ciento de los muertos esa noche no había cumplido aún los 16 años; el 20, no llegaba a la mayoría de edad. Lucas Gabriel Pérez figura como la victima 139, tenía 12 años. Era hincha de boca y estudiaba en el Instituto Buenos Aires, de Isidro Casanova. La causa de su muerte: asfixia. Su foto en el santuario muestra un chico con una sonrisa tímida, una mirada decidida, gorra blanca y remera amarilla.
“No me dejaron verlo. Me dieron una bolsa con un cuerpo que, me dijeron, era mi hijo. Lo busqué dos días. Recorrí todos los hospitales”, recordaba ante La Nación, un año después de la tragedia, Hilda Alvarado, madre de Lucas.
El 1 de noviembre Lucas hubiera cumplido 21 años. No recibió los saludos, a diferencia de muchas otras víctimas, con un cartel colgado en el santuario sino en las redes sociales. Javier en su cuenta de Facebook le deseaba un feliz cumpleaños lamentando no poder decírselo “en la cara” pero “más allá del dolor, tengo toda la paz del mundo al saber que todo lo que hago, todo, te pido opinión, consejo o simplemente una señal para ver si está bien o mal…te extraño tanto corcho, pero bueno, sé que un día nos vamos a encontrar y vamos a ser lo que supimos ser…”
La noche del 30 de diciembre la calle Bartolomé Mitre se vio repleta de gente. Corriendo los que podían, arrastrándose otros. Ante la lentitud de los sistemas, muchos chicos que pudieron salir esa noche volvieron a entrar para sacar gente, arriesgando su vida. Se calcula casi la mitad de las muertes de esa noche fueron chicos que ingresaron nuevamente al boliche.
El santuario se divide en dos partes y en muchas historias. La primera de estas partes está sobre Bartolomé Mitre, en la esquina con Ecuador, a unos 50 metros del boliche. Una cruz y una estrella de David se levantan en la entrada de “El santuario de nuestros ángeles del rock” junto a unos banquitos desde donde se puede ver este homenaje hecho por familiares, amigos y sobrevivientes de Cromañón.
Un reloj de pared marca las 7.30 aunque sean las 16hs. Antes tuvo sus agujas pegadas con cintas en las 22.50, hora en que el 30 de diciembre de 2004, se desataba el incendio, consumiendo así el futuro de 194 personas. Ahí están sus rostros, en una gran galería fotográfica que los inmortaliza en la memoria. Quizá uno de los objetos más significativos sean las zapatillas, que ya no tienen el color que tenían, que hace casi 9 años están colgadas ahí.
Los pedidos de justicia se hacen presentes con stickers, banderas y recortes de diarios. El santuario señala con el dedo a Aníbal Ibarra, el entonces intendente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Omar Chabán, el gerente de Cromañón, quien fue detenido en diciembre pasado.
La segunda parte del Santuario está cruzando la calle, dedicado “A lo que el cielo no pudo esperar”. Ahí las fotos están llenas de hollín, por el paso de los autos. Un nylon busca protegerlas inútilmente de la lluvia; hay masetas sin flores ni tierra. Un cartel pide que no se orine ni se ensucie este lugar: lo primero, en apariencia, no pasa; lo segundo, sí. Botellas, plásticos, papeles, folletos pueblan el suelo. A eso se le suman los yuyos y un pastizal que nace entre las piedras.
Ahí, entre medio de ese olvido, a los pibes se los recuerda. “No permitas que olvidemos tu voz, ni tu sonrisa, ni tus abrazos de oso…” le escribió su familia a Leandro Schipak, un joven de 24 años, para el quinto aniversario de la tragedia. Dani le escribe en cursiva a Tefi “es mi estrella, mi Dios, mi razón” citando a Callejeros; abajo, Juan, el 1 de julio de éste año, le escribe que siempre va a estar en su corazón. A Abel, alguien en una larga carta dice que lo extraña. Es Sandra, su hermana, que dice estar orgullosa de él, y que sólo espera soñarlo para así compartir unos instantes juntos. Para recordar a Seba, Kari escribió junto a su foto “En mi corazón Gallina y Ricotero vivirá la sonrisa de un bostero”. A Diego Reinaldo Maggio le escribe su hermano menor, contándole de los nervios de esa noche, la desesperación por no saber nada de él, de imaginarse lo peor y que finalmente sea lo peor. Las palabras se repiten, el dolor de todos es el mismo.
Para Javier “no hay justicia, quienes están presos son ‘perejiles’. Entre ellos, Callejeros.” Como muchos, él cree en la inocencia de la banda. Este hincha de La Fragata también se pone la albinegra en defensa de los músicos, esa camiseta que reza “Justicia, Callejeros Inocentes” al igual que un gran número de artistas y referentes de nuestro país como Adriana Varela, Martin Palermo, Víctor Hugo Morales, Carlitos Tevez, León Gieco y Estela de Carlotto.
La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo tiene un nieto involucrado de forma más directa. Es Juano Falcone, músico de Casi Justicia Social, la banda encabezada por el Pato Fontanet luego de la disolución de Callejeros. Falcone se convirtió en una especie de vocero de la causa. Tras la detención de Patricio y el resto de los miembros de Callejeros, comenzó, junto a sus compañeros y con otros militantes para pedir por la libertad de Callejeros.
Las responsabilidades
En la parte superior del boliche, hay una placa metálica, donde se lee
Bartolomé Mitre al 3066.
LOCAL DE BAILE
CLASE “C” DE LAGARTO S.A
B MITRE 3060
La propiedad estaba a nombre Nueva Zarelux, dueña, además, del hotel Central Park, pegado al boliche. La habilitación para usar el local está a nombre de Lagarto S.A, sociedad que le alquiló a Chabán el boliche. Detrás de este entramado de empresas están Raúl Vengrover y Rafael Levy, los verdaderos dueños del boliche, este último condenado a cuatro años y medio de cárcel.
Hoy Cromañón es un gigante de verde y rosa. Arriba se viste de negro y no es pintura. Unos chicos de unos 10 años juegan a la pelota en la puerta que hace las veces de arco. Las fajas de clausura se gastaron con el paso del tiempo aunque deberían haber estado mucho antes. La habilitación de Lagarto S.A se vencía una semana después de la tragedia, sin embargo, para los peritos el local “tendría que haber sido clausurado porque el material de su techo era altamente combustible”.
Otra de las razones por la que Cromañón debería haber estado cerrado es por el exceso de público. 1.037 era la capacidad permitida. Ese número se triplicó. La noche en que ocurrió el incendio había más de tres mil personas. Según El Movimiento Cromañón, que nuclea familiares y sobrevivientes, la policía recibía cien pesos por cada quinientas personas extra que se permitía ingresar.
Pero Cromañón no era el único lugar en estas condiciones. Así lo demuestra el “Efecto Cromañón” : según una nota publicada por Juano Falcone donde señala que “durante el 2005 las clausuras se multiplicaron y la cantidad de boliches funcionando se redujo considerablemente: en mayo de ese año había 55, en diciembre, 67. Una porción mínima de los más de 200 que funcionaban a fines de 2004. Las clausuras, sólo en el rubro boliches, ascendieron a 370”.
La situación de Callejeros
En el 2009 se absuelve a Callejeros. Sin embargo, la Justicia tenía que encontrar responsables para calmar a la opinión pública (principalmente a los padres que están en contra de la banda) y el 17 de octubre del 2012 la Cámara Federal de Casación Penal emitió un dictamen contra de Callejeros, declarándolos culpables del incendio ocurrido el 30 de diciembre del 2004 en el boliche Cromañón, bajo una condena de 5 a 7 años de prisión. “Solo por tocar”, dice Javier.
El 20 de diciembre de del 2012 se ejecuta esa pena y los músicos son arrestados de forma inconstitucional. Hace un año.
“Un procesado debe tener 2 instancias condenatorias para que se ejecute la pena, no una. Ellos tienen una absolución y una condena” explica en simple palabras el famoso “doble conforme” Juano Falcone. “Por eso nosotros decimos que la prisión en esta instancia es inconstitucional, ni siquiera estamos nosotros saliendo a poder discutir la inocencia y el pedido de absolución, estamos pidiendo que el próximo tribunal que los tenga que juzgar los haga con ellos en libertad” dice el nieto de Estela.
Para Falcone, la justicia se encuentra con un problema mucho mayor si Callejeros es inocente “porque realmente lo que falló para que Cromañón estuviera abierto fue todo un engranaje con el que el sistema trabaja, convive y sigue fallando hasta el día de hoy”.
Sin embargo, el panorama de Callejeros se ve hoy por hoy mucho más claro. Carlos Casal, procurador fiscal ante la Corte, presentó 14 dictámenes para que se revise el falló contra la banda, donde se pide que se suspenda la ejecución de pena (osea que los músicos queden en libertad) hasta que no haya un falló firme. Falta ahora la opinión definitiva de la Justicia.
Este 20, se va a llevar a cabo un masivo abrazo a Tribunales a un año de la prisión de la banda, pero el hecho no va a quedar ahí. Hay en el país más de 20 movilizaciones simultáneas, para pedir por la libertad de Callejeros y por una verdadera justicia por Cromañon.
Para Javier “es más fácil culpar a los que están abajo que a los que están arriba. Contra el poder no podés.” Para él, necesitaban un preso, alguien que pague, y ahí está Callejeros. Algo que cuesta entender, dice y con razón, que “una persona que canta, que toca la guitarra, no mata a 194 personas”.