Por Bárbara Dibene
Fotos y edición: Álvaro Vildoza
-Bienvenidos al festival, ¿les dejo el programa? —dijo una rubia acercándose a un grupo que acababa de llegar. Su nombre, Nadia, estaba indicado en el cartel amarillo que tenía prendido en la remera.
— ¡Bueno, gracias! venimos a la clase de zapateo, ¿dónde sería eso? —El primero de la fila miró desorientado la cantidad de gente que iba y venía y se acomodó la guitarra en la espalda. La rubia señaló hacia una cancha de tierra, despidió a todos con una sonrisa e interceptó a otros recién llegados con el mismo saludo.
Durante el segundo fin de semana de octubre, miles de personas se acercaron hasta el Paseo del Bosque para participar del Festival Internacional de Folklore Buenos Aires, un evento que reúne por quinta edición a artistas locales e internacionales de lo clásico y lo nuevo del género.
Los escenarios fueron montados al aire libre y cada uno respondió a las características de los shows que allí se realizaron. Uno de los más concurridos fue el Siestario, donde los adultos se adormilaban en los asientos acolchonados y en las hamacas paraguayas que colgaban de los árboles, mientras los más chicos las usaban para balancearse hasta quedar envueltos como en un capullo.
—Lucía, cuidado, te vas a caer… —balbuceaba un joven padre mientras se levantaba con esfuerzo y veía a su hija jugando cabeza abajo —.Vamos con mami que esto ya empieza, ¿dale? —El hombre la alzó desde los pies y la apoyó suavemente en el pasto. La nena se rió y salió corriendo hasta donde estaba su mamá cebando mate.
Fue entonces cuando cuatro músicos con delantal blanco se subieron al escenario cargando dos guitarras y un acordeón. Varios gritaron “los cocineros” y los saludaron con confianza. Los chicos saltaron de las hamacas y se sentaron delante de todo formando un cordón; fueron ellos los más sorprendidos cuando al show se sumaron tres personajes con cabezas de zorro, gallina y conejo que los hacían levantarse para ponerse a bailar.
―Ma, mirá, son famosos, acá están―dijo una nena toda vestida de rosa que señalaba la foto del programa.
Una tarde de carnaval
A unos pasos del Siestario, un grupo de chicos esperaban ansiosos que Coco, uno de los organizadores del taller de “workshop humatoy”, terminara de repartir una caja para cada uno.
― ¡Yo quiero una ballena, por favor, por favor! ¿Se puede? ―Un nene muy pecoso y abrigado fue el primero en contestar qué era lo que quería hacer. Los demás lo siguieron y entre el griterío se escuchaba “un monstruo, un pajarito, un perro, un cocodrilo”.
Las mesas estaban llenas de cartulinas de colores, marcadores, tijeras y pegamentos. En cada una, los ayudantes seguían las directivas de los chicos y cortaban en las cajas los espacios para los ojos y la boca. De a poco, las máscaras fueron tomando forma y los que terminaban se acercaban emocionados a su familia.
Una nena “león” con sus ojos grandes y dientes afilados daba vueltas alrededor del coche de su hermano, rugiendo sin que éste se inmutara. La madre la hizo hacer varias poses, le sacó muchas fotos y la llevó hasta donde estaba Sebas, otro de los organizadores, un hombre barbudo y muy sonriente que daba indicaciones:
—Bueno, chicos, ahora vamos a ir a dar a una vuelta para que todos muestren lo que estuvieron haciendo, ¿les parece? —Los chicos corearon que sí y comenzaron a saltar. —Necesito un par de padres que nos acompañen y lleven estos carteles, ¿están listos? —Varias personas se ofrecieron y comenzaron a caminar en dos filas.
Los chicos se ajustaron las máscaras para ver un poco mejor y avanzaron con los más grandes: algunos solos, otros de la mano y una sola a upa, llorando enojada porque ella en realidad quería ser mariposa y no tortuga. Los grandes sacaban más fotos, filmaban, se reían y mantenían el paso tranquilo del desfile. Cuando pasaban la gente los saludaba y felicitaba, y otros chicos empezaban con las preguntas.
— ¿Por qué esos chicos tienen disfraz?, yo también quiero —protestaba un nene colgándose de la pollera de su mamá, que se movía al ritmo de la cumbia digital de Sonido Guay Neñë.
La pantalla del escenario Alternativo dejó de mostrar al percusionista y el camarógrafo del FIFBA enfocó al grupo de chicos y padres que cruzaban saludando y agitando los carteles por entre medio del público. Todos estaban parados y bailaban con sus camisas holgadas y de colores, pañuelos en las cabezas, muchos en alpargatas y otros descalzos.
Coco y Sebas fueron los encargados de producir la foto final. Acomodaron al grupo como un gran equipo de rugby y todos sonrieron a la docena de cámaras que disparaba una y otra vez. Los chicos más que felices se separaron saludándose con la mano y se fueron a disfrutar del resto del festival y más de uno, de la merecida merienda.
Recorrido gourmet
Frente a los diferentes escenarios la gente se protegía del pasto con programas de mano, toallas y sábanas para poder recostarse y descansar. Muchos se terminaban durmiendo mientras los demás continuaban la ronda del mate y comían cosas dulces. Los más preparados, aquellos que contaban con mochilas enormes a punto de explotar, sacaban desde tapers con bizcochuelos cortados en porciones generosas hasta varios paquetes de galletitas. Otros, los que sólo habían pasado a ver y les terminó gustando, aprovecharon la amplia oferta gastronómica del lugar.
Varias chicas se paseaban por el Bosque con sus canastas llenas de tortas, budines o panes rellenos y se acercaban a las rondas donde ya no veían nada para comer.
—Hola, ¿les puede ofrecer algo? Me quedó un bizcochuelo riquísimo de limón y un par de galletitas de avena —sugirió una morocha con el pelo envuelto en un pañuelo violeta igual que su pollera. La chica recostada sobre su novio lo miró y se levantó asintiendo la cabeza.
—Dale, dame dos porciones del de limón, ¿cuánto sería? —La vendedora las puso sobre varias servilletas y les dio una tarjeta de su emprendimiento “Candela, cositas ricas y sanas”.
A pocos metros, uno de los senderos era todo un paseo de comidas donde los puestos se amontonaban y enviciaban el aire con olor a humo. Varios se dedicaban a darle vuelta a los chorizos que largaban un jugo aceitoso y otros a reacomodar las pastafrolas en los espacios vacíos de las bandejas.
En el puesto de “Arepas Col” la gente hacía cola y miraba curiosa cómo se cocinaban sus pedidos.
―Pidamos dos para probar, una de queso y otra con jamón. Hay un montón comiendo eso, ¿vieron? ―le decía una chica a sus amigas y señalaba a una pareja que compartía una arepa.
Sus dueñas, Olga y Carolina, son dos colombianas que decidieron traer esa tradicional comida de su país y empezaron esta exitosa propuesta.
―Lo bueno es que las podés rellenar con lo que quieras. Están hechas de harina de maíz y son livianitas. Hacemos delivery si te interesa, podés buscarnos en facebook ―Olga entregó varias tarjetas y el pedido, dos arepas bien calientes.
Canciones viajeras
Cuando Carlos Aguirre subió al escenario Fogón los alrededores del lugar estaban llenos de gente sentada, acostada y con cámara en mano que gritaban “negro, negro”. El músico probó el piano y puso mala cara, el sonido era difuso y acoplado.
― ¿Esto se escucha así ahí abajo?―preguntó haciéndole señas al sonidista. Muchos gritaron que sí y comenzaron a hablar entre ellos en susurros.
―Ese piano no puede estar mal, vale como un auto. Seguro conectaron algo mal ―aventuró un chico con boina que gesticulaba posibles arreglos. El encargado y tres ayudantes toquetearon los cables con gesto grave mientras Aguirre esperaba casi en el final del escenario.
A los pocos minutos lo llamaron y el entrerriano pudo comenzar su recital con canciones inspiradas en el Litoral, aclarando con voz y gesto tranquilo:
―La visión que tengo de esa región incluye la cultura de Uruguay y en el sur de Brasil, para el arte no hay fronteras geográficas ni de ningún tipo.
Muchos acompañaron los temas con palmas y cantando bajito, otros se dedicaron a sacar fotos esquivando cabezas. Una chica recostada sobre otra cerró los ojos, adormeciéndose. Aguirre se tomó su tiempo y entre los temas habló de su infancia, la relación con otros músicos y la alegría que le daba el “acercamiento” de los compositores. Su despedida, tan cálida como todo el recital, fue un abrazo imaginario y palabras cariñosas:
―Les agradezco a todos, se siente una energía muy linda desde acá. Hasta pronto. Le dejo paso a dos amigos, Luna Monti y Juan Quintero, otros viajeros de nuestro país.
El aplauso y el intervalo dieron paso al dúo que presentó su último CD juntos, “Después de usted”, en el que interpretan temas de diferentes compositores. Él entró con su guitarra y ella, agitando su pollera marrón y sonriéndole dijo:
― ¿Con qué empezamos, amor? ―Y sonó primero “El cumpita”.
La gente permaneció silenciosa, atenta, apenas moviendo un poco la cabeza. Los grupos que estaban pegados al escenario les alcanzaban de vez en cuando un mate y después lo acariciaban como si hubiera sido bendecido.
—Son muy lindos, se nota que se re quieren —susurró una chica cuando la pareja se despidió, tras una hora de show, fuertemente agarrados de la mano.El presentador apareció a los pocos minutos y recordó que a las nueve tocaría Arbolito en el escenario Panorama para cerrar el festival. La gente comenzó a pararse y caminar a paso de procesión con sus termos vacíos y programas arrugados. Al FIFBA le quedaban apenas unas horas.
—Si te fijas ya están levantando todo por allá, se termina la fiesta —anunció una organizadora por handy —, pero nadie se la va a olvidar.