El Colectivo Cultural Otro Viento presentó el domingo Sin Etiquetas un corto documental sobre identidades trans que busca problematizar sobre los nuevos desafíos que surgieron a raíz de la Ley de Identidad de Género aprobada dos años atrás.
Por Daiana Gimenez
Imágenes cortesía de Colectivo Cultural Otro Viento
Más allá del avance legal que significa la Ley de Identidad de Género(26.743), desde Otro Viento afirman que ahora “la lucha es cultural”. Con testimonios de diferentes militantes LGBTIQ, Sin Etiquetas pone en evidencia los obstáculos con los que se chocan las personas trans: la salud, la educación y principalmente, el trabajo.
La cita fue en plena vía púbica; Otro Viento cortó la calle en 4 y 62 (donde pintaron un mural bajo el lema “Ser libres de elegir quiénes y cómo queremos ser”) e improvisó un cine al aire libre, donde concurrieron alrededor de unas 50 personas a ver el documental y a sumarse al posterior debate que contó con la participación de Marlene Wayar, militante LGBTIQ, directora del periódico travesti El Teje y coordinadora de Futuro Transgénero, Francisco Sfeir, militante LGBTIQ de Putos Mal y Gabriela Mansilla, madre de Lulú y autora de “Yo nena, yo princesa”.
Marlene Wayar celebró ese encuentro, teniendo en cuenta que “la sociedad se ve tan penetrada por discursos obtuzos que tiene que ver con la constitución de lo amenazante”. La activista trans puso especial énfasis en el tema de salud, teniendo en cuenta que el promedio de edad de una persona trans ronda los 35/40 años.
A dos años de su aprobación, el artículo 11 de la Ley que garantiza el acceso a la salud integral de las personas trans, aún no fue reglamentado. Marlene informó que el Ministerio de Salud va a realizar una compra masiva de hormonas, lo que “habla de buenas intenciones, pero habla también de una cierta debilidad institucional donde el Ministerio no se anima a reglamentar algo que debería quedar reglamentado para que las personas tengamos la plena seguridad de que esto no es de ésta gestión, sino que va a ser así”.
Por otra parte, preocupa la situación laboral de las personas trans; el 95% , por falta de acceso a otro trabajo, ejercen la prostitución. Para Wayer, hay “situaciones sociales que nos van acorralando. Son encerronas trágicas… La encerrona trágica de que cada una nosotras tengamos que estar paradas en una esquina porque no hay otra posibilidad. Hay buenas intenciones, pero no hay condiciones micro políticas concretas que materialicen estas buenas intenciones en la vida cotidiana”.
Francisco Sfeir, militante LGBTIQ, habló sobre la situación de los chicos trans, quienes tampoco pueden insertarse en el mercado laboral. Para él “la prostitución no es la única opción porque para mí no es una opción porque no entro dentro de ese sistema”. Para él no se le abren las puertas por tener un DNI con el nombre que eligió; “yo no tengo la posibilidad de tener una salud integral, un trabajo ni una educación”. Si bien la educación es gratuita también cree necesario que los profesionales sepan como atender a una persona trans.
“Yo nena, yo princesa”
Tras tener una vida de “Susanita” en su vida heteronormativa, Gabriela Mansilla se encontró de golpe con un desafío y una militancia que no esperaba: un día uno de sus mellizos le dijo “yo no soy un nene; soy una nena”. Con esas palabras Luana se empezaba a definirse y Gabriela comenzaba con un camino de aprendizaje constante donde la falta de información se hizo notar: “Si hace cinco años atrás hubiera habido esta información, yo me hubiera enterado, o habría visto un documental, hubiera leído un libro, quizá mi hija hubiera sufrido un poquito menos”, confiesa hoy Gabriela,que en sus comienzos le negaba a su hija su identidad autopercibida.
La represión que vivía en su entorno afecto a Lulú. “Nadie quizó escucharla y Luana empezó a lastimarse porque ‘si tengo genitales masculinos y tener pene no significa ser quién soy no quiero pene’. Corría riesgo físico”.
“Ella se paró con cuatro años adelante mío y me dijo yo soy una nena, no soy un nene; me llamó Luana y si no me decís Luana no te voy a hacer caso”. Gabriela no sabía qué hacer hasta que vio un documental de una nena transgénero estadounidense: “Cuando entendí que lo más sano para ella era escucharla y dejarla ser la nena que ella sentía que era, las cosas cambiaron; Luana empezó a jugar, a dormir toda la noche…”.
Cuando la familia comprendió que a Luana había que dejarla ser, ella empezó a vivir más tranquila pero el tema empezó a ser el afuera. Gabriela fue vista “como la mamá loca que disfrazaba de mujer a uno de sus mellizos” y Luana fue victima de agresiones por parte de médicos, profesores, compañeros. Pasaron tres años desde que Luana empezó su vida de nena: “No dio jamás un paso atrás. Fue construyéndose a si misma, armándose, haciéndose fuerte y demostrándole al otro que no le ibas afectar absolutamente en nada. A todos los que la rodeaban les costó aceptarla”.
Esta madre, que se vio inmersa en una militancia inesperada, cuenta que por lo que más lucho fue “porque Luana tuviera una educación como la de todos; porque la dejaran ir a la escuela como ella quería, porque la respetaran. Es vergonzoso que yo le tenga que pedir a una maestra que la respete y que le diga el nombre que ella eligió”. Luana fue durante un año al jardín como varón y al año siguiente, por su pedido, fue al jardín como nena: “Entró llevándose el jardín por delante; entró orgullosa, con la frente alta, entró feliz. El problema lo tuvieron los otros”.
Luana legalmente no existió durante un año, hasta que nació la Ley de Identidad de Género, lo que le permitía dejar de ser victima de agresiones en diferentes ámbitos como el educativo y la salud; al ir a una guardia, por ejemplo, no la querían atender porque en su documento figuraba un nene y no una nena. Sin embargo, al iniciar los trámites para la “rectificación registral”, cumpliendo todo lo que la ley les pedía, les negaron el documento. Fue ahí donde Gabriela decidió ir a los medios y la noticia de una nena trans a la que se le negaba el documento, hizo eco en todos lados: El INADI, la Secretaria de Niñez Adolescencia y Familia, Presidencia de La Nación y Gobernación apoyaron el pedido y Luana tuvo su DNI.
Este año, Gabriela escribió “Yo nena, yo princesa” (con su posterior documental) para “ayudar a otras personas, para que otros no padezcan lo que yo padecí” Otra mamá ya siguió sus pasos y hoy su hijo Facha tiene su DNI con la identidad autopercibida.
“Voy a seguir trasmitiendo la palabra de mi hija, pidiendo escucha para los niños, compromiso del lado de los profesionales”, cuenta hoy la madre de Luana que ya lleva un año militando por esta causa.