Lorena y Presbiterio Arroyo recorrieron el sur argentino para conocer cantores y cantoras mapuches, aunque poco a poco el objetivo de esa experiencia se convirtió en otro. El reencuentro, la posibilidad de creación y la búsqueda de identidad primaron. De allí nacieron canciones y el fuego de la lucha por la comunidad.
Por Bárbara Dibene
Lorena recuerda a Presbiterio hablar de los mapuches, de su música y su cultura, y sentir una afinidad natural hacia eso que le presentaba. Aunque también admite que tal vez no prestó mucha atención a los detalles durante su adolescencia, y tuvo que llegar a la adultez para comprender su importancia y reconocer cómo definió y define hoy en día su vida y su carrera.
Lorena se define como platense y ulkantufe (cantora mapuche). También como docente y compositora. Su papá, que falleció hace cinco años, era periodista, carpintero y cantautor, nacido en San Martín de los Andes y con un fuerte lazo con los pueblos indígenas. “Él decía que teníamos sangre mapuche”, repite la artista, que al contar su historia comienza con la relación de su padre con Centenario, un pueblito de Neuquén donde logró tener su casa, y con la cordillera andina, donde él necesitaba ir para meditar.
Luego, repasa el momento en que comenzaron los grandes cambios y germinó la semilla de una experiencia inolvidable. “Cuando empiezo en el camino de la música me cruzo con la artista Beatriz Pichi Malen y le pido a mi papá que me ayude a entenderla. Pero él me dice que no, que escuche la fonética y busque el significado de todo lo que desconocía. Así me puse a investigar y aprendí”.
Más adelante, “con la base hecha”, en 2007 Presbiterio accedió a ayudarla y le prometió que iba a presentarle cantores y cantoras mapuches en el sur. Pero la engañó. “El viaje era una excusa para buscar la propia voz. Y cuando me enojé porque vi que no estaba cumpliendo, me retó: ‘¿cómo no podés disfrutar de toda esta hermosura?’. Tenía razón”, rememora Lorena con una sonrisa.
El primer viaje los llevó, a dedo, hasta Chosmalal y Manzano Amargo, el segundo a Junín y San Martín, y el tercero a Villa Pehuenia. Con el tiempo, la artista reconoció lo que su papá quería enseñarle. “Íbamos con la guitarra, que era nuestro pasaje. A los que nos llevaban les tocábamos una canción…Vivimos con muy poco, pescamos. Entendí que el universo devuelve, incluso cuando no lo estás esperando”.
Una forma de ver el mundo
Los viajes dejaron su huella en Lorena, que actualmente interpreta canciones mapuches en presentaciones en La Plata y alrededores, donde utiliza instrumentos originarios heredados de su papá. Además, apoya a la comunidad indígena y vive, según define, de acuerdo a su “cosmovisión”: el vínculo estrecho y genuino con la naturaleza. “Los mapuches son mis hermanos. Nos vemos, nos sentimos y nos entendemos así”.
Su preocupación, además, es colaborar en que ese acervo cultural no se pierda, por su gran componente de tradición oral, lo que requiere de compromiso, persistencia y lo más sencillo: tocar y compartir.
En medio de la grabación de su disco con canciones propias, Lorena asegura que mucho del viaje y su padre está en las nuevas creaciones, pero también en la modificación o finalización de composiciones de varios años atrás. “Quiero que sea un material elaborado, las canciones tienen un recorrido, muestran mi forma de ver el mundo”.
Por eso, al mirar hacia atrás, se enorgullece de lo aprendido porque “lo importante es el camino” y logró encontrar su propio “espacio de expresión”. Y cuando llega la noche, a veces se le aparecen en sueños palabras del mapudungún, pequeñas señales que la acercan aún más a quien eligió ser.